La doctrina política de Locke se encuentra expuesta en su obra Dos tratados sobre el gobierno civil. El primer tratado critica las ideas de Robert Filmer, que defendía el poder absoluto de los reyes. El Segundo Tratado expone su doctrina política que lo convierte en el padre del liberalismo político.
El ascenso de los Estuardo al poder y el intento de aplicar un gobierno absolutista marcarán el inicio del conflicto entre la monarquía y la burguesía ascendente, pugna que se manifestará como un enfrentamiento entre la monarquía y el Parlamento.
En busca del apoyo teórico necesario a sus puntos de vista, los Estuardo se sustentan en el ideario de Robert Filmer y básicamente con su obra “Patriarca o el poder natural de los reyes”. Adán, por la autoridad que Dios le confirió, era dueño de todo el mundo y monarca de todos sus descendientes, siendo el poder de los reyes y padres idéntico e ilimitado: los monarcas debían ser vistos como sustitutos de Adán y padres de sus pueblos. El sometimiento de los hijos a los padres era el modelo de toda organización social conforme a la ley divina y natural. El poder monárquico absoluto de Adán fue transmitido a su hijo mayor, y sucesivamente a los varones mayores entre sus descendientes.
Locke considera que Dios ha entregado la Tierra a la humanidad, no a un único propietario. Aunque Adán hubiera tenido derecho absoluto sobre Eva y sobre sus hijos, este derecho no habría pasado a sus sucesores. Según Filmer este poder absoluto se fundamenta en la generación. Pero según Locke este poder no podía pasar al hijo mayor porque no había engendrado a Eva ni a sus hermanos. Tampoco acepta que todo lo herede el hijo mayor, heredan todos los hijos. Además no se puede establecer la línea sucesoria de Adán. Pero si así fuera y apareciera el único heredero legítimo de Adán, ¿renunciarían los distintos monarcas a sus coronas?
La teoría política de Locke defiende los intereses de los burgueses protestantes, que necesitaban garantías para sus propiedades y libertad para producir y comerciar y da una justificación a la Revolución Gloriosa de 1688, pues frente al abuso del poder del Estado el pueblo conserva el derecho a la rebelión, pero sólo en casos extremos. Siempre que los legisladores destruyen o se adueñan de la propiedad del pueblo, o los esclavizan bajo un poder arbitrario, se ponen a sí mismos en un estado de guerra respecto a su pueblo, el cual queda, por ello, libre de seguir obedeciendo. El peor de los males no se halla en la anarquía, como pensaba Hobbes, sino en el despotismo, la opresión del soberano. Las ideas de Locke sobre los derechos naturales de los individuos serán esenciales para desencadenar la Revolución Americana y la Francesa.
En 1670 la Iglesia Anglicana lanza una feroz represión contra los disidentes religiosos, que culminará con una quema y censura de libros, cientos de prisioneros y muchos rebeldes enjuiciados, torturados y asesinados. Para la monarquía gobernante era intolerable pensar que los individuos podían ser vistos a los ojos de Dios como libres y responsables.
John Locke propondrá en su “Carta sobre la tolerancia” el principio de libre credo religioso como derecho natural del individuo, el cual precedía y era independiente a todo gobierno. El Estado tiene como fin proteger los intereses civiles de los ciudadanos y no interferir en sus creencias religiosas. De hecho concede el derecho de resistencia contra las órdenes de la autoridad que afecten a la salvación del individuo.
Ningún hombre tiene tanta sabiduría como para que pueda dictar la religión a otro. Cada individuo es un ser moral, responsable ante Dios, lo cual presupone la libertad, que implica que las creencias no pueden ser impuestas por la fuerza. En asuntos privados, cada uno decide cuál es el mejor curso a seguir, así también debe suceder con temas de conciencia religiosa. Niega que la libertad de culto degenere en libertinaje y rebelión, mucho peores son las consecuencias de la persecución religiosa.
Como la iglesia es una asociación voluntaria, la autoridad eclesiástica debe ser mantenida dentro de la Iglesia, y no extendida a los asuntos civiles, que son competencia del gobierno. La Iglesia en sí es una institución absolutamente distinta y separada del Estado. El clero debe fomentar la paz y el amor.
Debe tolerarse cualquier postura religiosa que no perjudique los intereses fundamentales de la sociedad y el Estado. Quedan excluidos los católicos, pues ponen su fe por encima de la fidelidad a la Constitución, los musulmanes, que son ajenos por completo a la cultura inglesa y los ateos, que carecen de principios éticos. Como los católicos eran súbditos del Papa, no podían ser ciudadanos de ningún otro Estado que no fuese Roma.
Nos cuesta creer que estas ideas resultaran muy radicales en esa época. Muy pocos defendieron estas propuestas. La jerarquía anglicana reaccionó airadamente ante lo que consideraban un complot jesuita para traer el caos y la ruina al país. El gobierno tenía el derecho de usar la fuerza, si era necesario, para que los disidentes reflexionaran acerca de los méritos del anglicanismo, como la verdadera religión.
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