martes, 16 de febrero de 2010

HUME TEMAS



La experiencia como origen del conocimiento.


La percepción externa nos permite el conocimiento del mundo exterior y la percepción interna el conocimiento de nuestra propia vida psíquica. La experiencia es el origen de nuestro conocimiento y también es su límite.

Hume es absolutamente contrario a la metafísica entendida como un saber que pretende ir mas allá de la experiencia. Y piensa que una pequeña dosis de escepticismo podría aplacar el orgullo de los pensadores dogmáticos. El escepticismo considera imposible alcanzar la verdad y recomienda la suspensión del juicio sobre las cosas. El escepticismo radical llega a negar la existencia del mundo externo. Hume adopta un escepticismo moderado .Nada nos asegura racionalmente de la existencia del mundo. Pero la viveza de las impresiones basta para fundar la creencia en un mundo exterior. Este escepticismo moderado nos cura del dogmatismo metafísico, el reconocer las limitaciones de nuestro entendimiento nos impide abordar cuestiones que no tienen su fundamento en la experiencia como son las cuestiones metafísicas.

Siguiendo la distinción que había hecho Leibniz entre verdades de razón y verdades de hecho, Hume nos dirá que todos los objetos de la razón e investigación humana puede dividirse en dos grupos: relaciones de ideas y cuestiones de hecho.

Los objetos de la razón pertenecientes al primer grupo son "las ciencias de la Geometría, Álgebra y Aritmética y, en resumen, toda afirmación que sea intuitiva o demostrativamente cierta". La característica de estos objetos es que pueden ser conocidos independientemente de lo que exista "en cualquier parte del universo". Dependen exclusivamente de la actividad de la razón, ya que una proposición como "el cuadrado de la hipotenusa es igual al cuadrado de los dos lados de un triángulo rectángulo" expresa simplemente una determinada relación que existe entre los lados del triángulo, independientemente de que exista o no exista un triángulo en el mundo. De ahí que Hume afirme que las verdades geométricas demostradas por Euclides conservarán siempre su certeza. Las proposiciones de este tipo expresa simplemente relaciones entre ideas, sólo el principio de contradicción sirve para determinar su verdad o falsedad.

El segundo tipo de objetos de la razón, las cuestiones de hecho, no pueden ser investigadas de la misma manera, ya que lo contrario de un hecho es, en principio, siempre posible. No hay ninguna contradicción, dice Hume, en la proposición "el sol no saldrá mañana", ni es menos inteligible que la proposición "el sol saldrá mañana". No podríamos demostrar su falsedad recurriendo al principio de contradicción. Todas los razonamientos sobre cuestiones de hechos parece estar fundados en la relación de causa y efecto.

Si estamos convencidos de que un hecho ha de producirse de una determinada manera, es porque la experiencia nos lo ha presentado siempre asociado a otro hecho que le precede o que le sigue, como su causa o efecto. Las causas y efectos no puede ser descubiertas por la razón, sino sólo por experiencia.

Podemos hablar, pues, de dos tipos de conocimiento en Hume: el conocimiento de relaciones de ideas y el conocimiento de hechos. En el primer caso el conocimiento depende de las operaciones de entendimiento reguladas por el principio de contradicción; en el segundo caso las operaciones del entendimiento están reguladas necesariamente por la experiencia, ya que al depender de la ley de asociación de la causa y el efecto, siendo una distinta del otro, no hay razonamiento a priori posible que nos permita deducir una a partir del otro, y viceversa.

Según Hume, la relación causal se ha concebido tradicionalmente como una "conexión necesaria" entre la causa y el efecto, de tal modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que se seguirá, y viceversa, conocido el efecto, la razón puede remontarse a la causa que lo produce.
La relación causal se basa en varios elementos. Los objetos que consideramos causas y efectos son contiguos. Hume descarta la acción a distancia, la contigüidad espacial es un elemento indispensable de la relación causal. La causa debe ser temporalmente anterior al efecto. Un objeto puede ser contiguo y anterior temporalmente a otro sin que pueda ser considerado causa de él. Debe existir una conexión necesaria y esta relación tiene mucha más importancia que las otras dos mencionadas anteriormente.
La máxima según la cual todo lo que comienza a existir debe tener una causa, no es según Hume ni intuitivamente cierta ni demostrable. Según esto, nuestra creencia de él, debe surgir de la experiencia y la observación; sólo mediante la experiencia sabemos de la existencia de un objeto a partir de otro. Esto significa que experimentamos con frecuencia la conjunción de dos objetos: la llama y la sensación de calor y recordamos que esos objetos han aparecido en un orden regular de contigüidad y sucesión; entonces, sin más requisitos, llamamos a uno causa y a otro efecto e inferimos la existencia del uno a partir de la del otro.

Una idea será verdadera si hay una impresión que le corresponde. Pero no hay ninguna impresión que corresponda a la idea de "conexión necesaria". Lo único que observamos en una relación causal es una sucesión de acontecimientos; la idea de que existe una "conexión necesaria" entre la causa y el efecto es una idea falsa.

Dado que la idea de "conexión necesaria" ha resultado ser una idea falsa, sólo podemos aplicar el principio de causalidad a aquellos objetos cuya sucesión hayamos observado. Sólo tiene valor aplicado al pasado, dado que de los fenómenos que puedan ocurrir en el futuro no tenemos impresión ninguna. Nuestra predicción de los hechos futuros no pasa de ser una creencia , por muy razonable que pueda parecer. En ningún caso la razón podrá ir más allá de la experiencia, lo que le conducirá a la crítica de los conceptos metafísicos (Dios, mundo, alma) cuyo conocimiento está basado en esa aplicación ilegítima del principio de causalidad.

En cuestiones de hecho sólo poseemos creencia, no certeza racional, aunque sean sentimientos muy vivos que se imponen a la mente y se convierten en principio regulador de nuestras acciones.
Muchas creencias son fruto de la educación y algunas de ellas son irracionales. El modo de desprendernos de ellas es recurrir a la experiencia, y si no resisten el contraste con la experiencia debemos deshacernos de ellas. Ciertas creencias si deben mantenerse, como la creencia en la existencia continua e independiente de los cuerpos, y la creencia de que algo que comienza a existir tiene una causa.

La Física versa sobre hechos, que reduce a leyes. Su finalidad es enseñarnos a controlar y regular acontecimientos futuros por medio de sus causas. La Física debe abstenerse de hablar de fuerzas o conexiones necesarias entre causa y efecto. Lo único que podemos observar es acontecimientos habitualmente conjuntados en el pasado, pero no podemos observar ningún vínculo entre ellos. Las leyes físicas son probables, pero eso es suficiente para manipular la realidad.




La crítica de los conceptos metafísicos.



Hume se preguntará por la validez de la idea de sustancia, y lo hará recurriendo al criterio de verdad para determinar la validez de una idea. Una idea es verdadera si le corresponde una impresión; en caso contrario hemos de considerarla falsa. Ahora bien, sólo hay dos tipos de impresiones: las impresiones de sensación y las impresiones de reflexión

No hay ninguna impresión de sensación que corresponda a la idea de sustancia, ya que esta idea no contiene nada sensible. La sustancia no es un olor, un color, un sabor, etc, no es algo que vemos, oímos o tocamos. Lo que vemos, oímos, tocamos, son los accidentes de la sustancia, pero no la sustancia. Pero tampoco hay ninguna impresión de reflexión que corresponda a la idea de sustancia; las impresiones de reflexión están constituidas por pasiones y por emociones. A la idea de sustancia no le corresponde ninguna impresión y una idea a la que no le corresponde ninguna impresión es una idea falsa.

La idea de sustancia es producida por la imaginación; no es más que una "colección" de ideas simples unificadas por la imaginación bajo un término que nos permite recordar esa colección de ideas simples, una colección de cualidades que están relacionadas por contigüidad y causación (que son dos de las leyes por las que se regula la asociación de ideas).

Tenemos una tendencia natural a creer en la existencia de cuerpos independientemente de nuestras percepciones. Esto equivale a decir que "creemos" que los objetos y las percepciones son una sola cosa, o que nuestras percepciones están causadas por los objetos, a los que reproducen fielmente, y que si bien las percepciones "nos pertenecen", los objetos están fuera de nosotros, perteneciéndoles un tipo de existencia continuada e independiente de la nuestra.

Pero si analizamos la cuestión filosóficamente, dice Hume, tal creencia se muestra enteramente infundada. En realidad, estamos "encerrados" en nuestras percepciones, y no podemos ir más allá de ellas, ya que son lo único que se muestra a nuestra mente. Las percepciones, como hemos visto, son de dos tipos: impresiones e ideas. Las ideas se producen en nuestra mente como copia de las impresiones. Pero ambas son meros contenidos mentales que se diferencian sólo por su vivacidad. Podemos hacer cuanto queramos, pero no podremos nunca ir más allá de nuestras impresiones e ideas.

Si intentásemos aplicar el principio de causalidad para demostrar que nuestras impresiones están causadas por objetos externos, incurriríamos en una aplicación ilegítima de tal principio, ya que tenemos constancia de nuestras impresiones, pero no la tenemos de los supuestos objetos externos que las causan, por lo que tal inferencia rebasaría el ámbito de la experiencia, (al no poder constatar la conjunción entre dichos objetos y nuestras impresiones), el único en que podemos aplicar el principio de causalidad. Por lo demás, si postulamos la existencia de los objetos además de la de las impresiones, lo único que hacemos es duplicar la realidad de las impresiones, atribuyéndoles cualidades que éstas no poseen, como la independencia y la continuidad.

La creencia en la existencia independiente de los objetos externos la atribuye Hume a la imaginación, debido a la constancia y a la coherencia de las percepciones. No se puede justificar tal creencia apoyándose en los sentidos, ni apelando a la razón. No puede proceder de los sentidos, ya que éstos no nos ofrecen nada distinto de nuestras percepciones.

Tampoco la razón podría ser la base de tal creencia, ya que no es posible recurrir al principio de causalidad, ni a la idea de sustancia, (anteriormente criticada), para justificar la existencia de objetos externos e independientes de mis percepciones. Por lo demás, tampoco los niños ni los iletrados recurren a la razón para justificar su creencia en los objetos externos, y sin embargo están firmemente convencidos de tal existencia. No hay, pues, justificación racional alguna de dicha creencia, por lo que Hume concluye que se basa en la imaginación. Aunque por otro lado, es imposible eliminar dicha creencia de nuestra vida práctica.
Para la tradición metafísica la existencia del alma, una sustancia, material o inmaterial, subsistente, y causa última o sujeto de todas mis actividades mentales (percepción, razonamiento, volición...) había representado uno de los pilares sobre los que ésta se había desarrollado. Si bien con el racionalismo de Descartes deja de ser principio vital, continua siendo, como sustancia, principio de conocimiento, y sigue gozando de los atributos de simplicidad e inmaterialidad, representando finalmente la identidad personal.
Habiendo rechazado la validez de la idea de sustancia no podemos seguir manteniendo la idea de alma, de un sustrato, de un sujeto que permanece idéntico a sí mismo, pero que es simple y distinto de sus percepciones. No existen impresiones constantes e invariables entre nuestras percepciones de las que podamos extraer la idea del yo, del alma. Dolor y placer, tristeza y alegría, pasiones y sensaciones se suceden unas tras otras, y nunca existen todas al mismo tiempo. Luego la idea del yo no puede derivarse de ninguna de estas impresiones, ni tampoco de ninguna otra. Y en consecuencia, no existe tal idea: si dirigimos nuestra atención a nuestro interior encontramos en todo momento impresiones particulares, sea de calor o de frío, de luz o sombra, de amor u odio. Nunca podemos captarnos a nosotros mismos en ningún caso sin una percepción, y nunca puedo observar otra cosa que la percepción. Cuando mis percepciones son suprimidas durante algún tiempo: en un sueño profundo, por ejemplo, durante ese tiempo no me doy cuenta de mí mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo.
Lo que nos induce a atribuir simplicidad e identidad al yo, a la mente, es una confusión entre las ideas de "identidad" y "sucesión", a la que hay que sumar la acción de la memoria. Ésta, en efecto, al permitirnos recordar impresiones pasadas, nos ofrece una sucesión de impresiones, todas ellas distintas, que terminamos por atribuir a un "sujeto", confundiendo así la idea de sucesión con la idea de identidad. Una vez rechazada la idea de alma, la pregunta por su inmortalidad resulta superflua.
“La mente es una especie de teatro en el que distintas percepciones se presentan en forma sucesiva; pasan, vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan en una variedad infinita de posturas y situaciones. No existe en ella con propiedad ni simplicidad en un tiempo, ni identidad a lo largo de momentos diferentes, sea cual sea la inclinación natural que nos lleve a imaginar esa simplicidad e identidad. La comparación del teatro no debe confundirnos: son solamente las percepciones las que constituyen la mente, de modo que no tenemos ni la noción más remota del lugar en que se representan esas escenas, ni tampoco de los materiales de que están compuestas.”
Teniendo en cuenta las críticas realizadas a la idea de sustancia y al principio de causalidad, Hume no reconocerá validez alguna a las demostraciones metafísicas de la existencia de Dios, considerando que no es demostrable racionalmente.
Si la idea de sustancia es una idea falsa, ya que no le corresponde ninguna impresión, ya podemos adjetivarla como "externa", "pensante" o "infinita", que ello no hará que sea menos falsa. Así, es inútil partir del análisis y las determinaciones de la sustancia para intentar demostrar la existencia de una sustancia infinita, de Dios. Los argumentos que se basan en el principio de causalidad, incurren en un claro uso ilegítimo del principio, ya que éste sólo se puede aplicar al ámbito de la experiencia, y no tenemos experiencia alguna de la causa, de Dios o sustancia infinita, por lo que no podemos asegurar que haya conjunción necesaria alguna entre ésta y sus efectos, ya que nunca hemos podido observar esa conjunción en la experiencia.
El único argumento que le parece tener alguna capacidad de convicción es el que parte del orden del mundo, para llegar a la existencia de una causa inteligente ordenadora. Pero, además de incurrir en el mismo uso ilegítimo del principio de causalidad que los anteriormente señalados, Hume añade que este argumento atribuye a la causa más cualidades de las que son necesarias para producir el efecto; se podría inferir del orden del mundo la existencia de una causa inteligente, pero en ningún caso dotarla de más atributos de los ya conocidos por mí en el efecto.

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