viernes, 30 de octubre de 2009

RESUMEN del TEXTO de SAN AGUSTIN


 




En nosotros hay una imagen de Dios o de la Trinidad.
Porque en realidad existimos, y conocemos que existimos, y amamos el ser así y conocerlo.

En estas tres cosas no nos perturba ninguna duda, no tienen validez los argumentos de los académicos pues no las percibimos con ningún sentido del cuerpo.

Si preguntan: ¿Y si te engañas? Si me engaño, existo; pues quien no existe no puede engañarse;
 

En conocer que me conozco, no me engañaré. Pues conozco que existo.

Tampoco me engaño de que me amo, si amara cosas falsas, sería verdad que amo las cosas falsas. por eso puedo ser reprendido e impedido de amar las cosas falsas,
Siendo ellas verdaderas y ciertas, no se puede dudar de que ese amor es verdadero

No hay nadie que no quiera existir, como no existe nadie que no quiera ser feliz. ¿Y cómo puede
querer ser feliz si no fuera nada?

Tanto se ama la existencia, que ni aun los desgraciados quieren morir. 

Preferirían la miseria eterna a la muerte

La naturaleza también rehúye la noexistencia:
Todos los animales, aun los irracionales, que no tienen la facultad de pensar, huyen de la muerte con todas sus fuerzas.
Los árboles y los arbustos, no pueden moverse, pero extienden sus ramas y raíces para extraer el alimento y conservar su existencia
Los cuerpos sin vida buscan su lugar para conservar su existencia.

Cuánto amamos el conocer puede deducirse de que preferimos sufrir con la mente sana a estar felices en la locura.

Esta tendencia no se encuentra en ningún animal, aunque algunos tengan un sentido de la vista mucho más agudo que nosotros para contemplar la luz; pero no pueden llegar a aquella luz incorpórea, que ilumina nuestra mente para poder juzgar.
Aunque no tengan ciencia, sus sentidos tienen cierta semejanza de ciencia.

Las demás cosas corporales se han llamado sensibles, no porque sientan, sino porque son sentidas. Sus formas contribuyen al embellecimiento de este mundo, parece que quisieran darse a conocer para compensar el conocimiento que no tienen.

Nosotros conocemos esto por los sentidos del cuerpo, pero no podemos juzgar con ellos. 

Tenemos otro sentido interior mucho más excelente, por el que percibimos lo justo y lo injusto.
Por ese sentido estoy cierto de que existo y de que conozco, y amo esto.




EL TEXTO EXPLICADO

El tema del texto aparece en las primeras líneas: "También nosotros reconocemos una imagen de Dios en nosotros", es decir, en nosotros hallamos una imagen de Dios, de la Trinidad, aunque no igual, no eterna, no de la misma sustancia que El es. Dios es uno y tres personas al mismo tiempo (Trinidad): Dios, en cuanto es o existe, es Padre; en cuanto se conoce, es Hijo; en cuanto ama su ser y su conocer, es Espíritu Santo. Los hombres "somos, conocemos que somos y amamos este ser y este conocer". En cuanto somos, nos asemejamos al Padre; en cuanto conocemos, nos asemejamos al Hijo; en cuanto amamos nuestro ser y nuestro conocer, nos asemejamos al Espíritu Santo.

El texto puede dividirse en dos partes: La primera, que se corresponde con el capítulo XXVI del libro XI, tras establecer el tema central anteriormente citado y comentado, afirma, en primer lugar, que a la verdad de las tres proposiciones citadas - soy, conozco y amo - no alcanzan los argumentos de los escépticos (académicos, dice el texto), porque no proceden del conocimiento sensible ni de la fantasía, sino que son evidentes a la razón (el error de los escépticos es que pretenden fundar el conocimiento en la sensación, cuando su fundamento, en esta cuestión S. Agustín sigue a Platón, es la intuición intelectual). A continuación, pretende justificar frente a los escépticos la verdad indubitable de las dos primeras proposiciones, que somos y que conocemos. El argumento resulta claro, para engañarme cuando creo conocer, como dicen los escépticos, es necesario que exista, si no existo, no puedo engañarme (si me engaño, existo, expresión paralela a la utilizada por Descartes muchos siglos después, si pienso, existo); por ello, aunque me engañe cuando creo conocer, conozco que existo, y en cuanto conozco que existo, conozco que conozco; es, pues, evidente que existo y que conozco al menos que existo. 

Por último, enuncia la verdad de la tercera proposición señalada, que amo mi ser y mi conocer: "Pues no me engaño en las cosas que amo; aunque ellas fueran falsas, sería verdad que amo cosas falsas", para concluir argumentado esta verdad con la afirmación: "Tan verdad es que no hay nadie que no quiera existir, como no existe nadie que no quiera ser feliz".

La segunda parte, que se corresponde capítulo XXVII de este mismo libro, cuyo punto 1. pretende justificar que amo mi ser. La argumentación aquí es sencilla: toda la naturaleza "rehuye con gran fuerza el no ser"; así, ningún hombre quiere morir: hasta el hombre más miserable elegiría con alegría vivir eternamente (la inmortalidad) en su miseria a una muerte prematura; más aún, todos los animales y las plantas mismas luchan con denuedo por mantenerse en la existencia, incluso los seres inanimados parecen preservar su existencia buscando su lugar natural (referencia a la teoría aristotélica de los lugares naturales).

Y cuyo punto 2. Pretende justificar que amo mi conocer. El argumento nos lo ofrece en las primeras líneas: el amor del hombre al conocimiento se manifiesta claramente en el hecho "de que cualquiera prefiere lamentarse con mente sana a alegrase en la locura", es decir, todo hombre prefiere, en aquellas cosas que íntimamente le atañen, la verdad, por dura que sea, a la mentira. A continuación, afirma que ese amor por el conocimiento sólo lo posee el hombre, porque aunque los animales puedan tener los órganos de los sentidos más desarrollado, él es el único capaz de conocimiento racional (hace una referencia a la teoría de la iluminación), y reflexiona por qué se llaman sensibles a las demás cosas: no conocen pero parecen querer darse a conocer por la belleza y perfección de las formas que ofrecen a los sentidos corporales. A partir de esa reflexión, se refiere a su concepción del conocimiento: los sentidos corporales nos informan de los objetos corporales, pero no los juzgamos por los datos que ellos nos ofrecen, sino por los de "otro sentido interior, muy superior a éste", que sólo el hombre posee, la función y finalidad de "este sentido" no puede ser cubierta por ningún sentido corporal. Concluye, repitiendo lo afirmado al principio del capítulo anterior (XXVI), que por ese sentido "estoy cierto de que existo y de que conozco y de que amo eso, y estoy igualmente cierto de que amo".

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