viernes, 30 de octubre de 2009

Sabiduría e iluminación





El cristianismo traía una nueva forma de entender el mundo que resultaba extraña a la cultura grecorromana. Desde el principio, se planteó el problema de la relación de la nueva religión con la tradición filosófica. Algunos cristianos consideraban que la sabiduría cristiana era totalmente incompatible con la sabiduría pagana. San Agustín pensaba que el cristianismo podía aprovechar los elementos positivos que se encontraban en los filósofos para elaborar una nueva sabiduría, centrada en la fe en Cristo.


La filosofía de Agustín de Hipona es una continua búsqueda hacia lo más inte­rior de sí mismo y hacia lo más elevado de la realidad: “Quiero conocer a Dios y al alma”. Al proceder así, responde a sus propios impulsos y preocupaciones, y coincide con la dirección del pensamiento neoplatónico. Su doctrina será una síntesis de cristianismo y neoplatonismo.

El pensamiento que busca la verdad ha de comenzar por la evidencia de si mismo. Es así como se puede superar la duda de los escépticos de la Academia nueva. En la autoconciencia se encuentra un punto de partida irrebatible:

“Somos, conocemos que somos, y amamos este ser y este conocer. Y en estas tres verdades no nos turba falsedad ni verosimilitud alquna. No to­camos esto, como las cosas externas, con los sentidos del cuerpo [...] ni como damos vueltas en la imaginación a las imágenes de cosas sensibles [...] sino que, sin ninguna imagen engañosa de fantasías o fantasmas, estamos certísimos de que somos, de que conocemos y de que amamos nues­tro ser. En estas verdades me dan de lado todos los argumentos de los aca­démicos que dicen. ¿Qué? ¿Y si te engañas? Pues si me engaño, existo. El que no existe no puede engañarse, y por eso me en-gaño, existo. Luego si existo, si me engaño, ¿como me engaño de que existo, cuando es cierto que existo si me engaño? Aunque me engañe, soy yo el que me engaño, y por tanto en cuanto conozco que existo, no me engaño”

Pero la búsqueda de la verdad no se detiene en esta primera certeza. De acuerdo con la exigencia socrático-platónica, Agustín busca la verdad necesaria, inmutable y eterna, la cual no puede ser facilitada por los objetos sensibles, que siempre están cambiando, y aparecen y desaparecen. También el alma es con­tingente y mudable. Sólo Dios es la verdad. ¿Dónde se le podrá encontrar? Hay que seguir buscando en el interior del alma. El pasaje es famoso:

“No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior habita la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, transciéndete a ti mismo; mas no olvides que al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos alli donde la luz de la razón se enciende”.

Por tanto, la búsqueda va de lo exterior (las cosas) a lo interior (el alma); en ella se realiza el descubrimiento de «verdades, reglas o razones eternas (ideae, fomiae, species, rationes) que nos permiten juzgar sobre todas las cosas sensibles. Pero no se termina ahí: como esas verdades no pueden proceder del alma, que es mudable, sólo pueden explicarse por una iluminación divina (Agustín rechazó expresamente la reminiscencia platónica y la transmigración del alma). De este modo, la búsqueda en lo interior culmina en un movimiento hacia lo superior, del alma hacia Dios,

No es fácil comprender cómo concibe Agustín esa iluminación divina en el alma. Se inspira, sin duda en Platón (la Idea del Bien como “sol” del mundo inte­ligible), en las imágenes neoplatónicas de la luz. y en la afirmación del Evangelio de San Juan: “El Verbo es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.

“Visible es la tierra lo mismo que la luz; pero aquélla no puede verse si no está iluminada por ésta. Luego tampoco lo que se enseña en las ciencias como verdades certísimas puede ser entendido sin la radiación de un sol especial. Así pues del mismo modo que en el sol visible podemos notar tres cosas -que existe, que esplende y que ilumina-, del mismo modo se han de considerar tres cosas en el secretísimo sol divino que deseamos conocer: que existe, que resplandece en el entendimiento, y que hace inteligibles todas las demás cosas” (Sobre la religión verdadera)

La luz divina es excesiva para el entendimiento humano; el Dios presente en el alma es incomprensible e inefable. Lo cual no quiere decir que no podamos saber nada de él, al menos de un modo negativo: si las criaturas son mudables, Dios debe ser inmutable. Y Agustín interpreta en sentido platónico la palabra di­rigida por Dios a Moisés en Exodo 3,14: “Yo soy el que soy”, equivale a decir que Dios es el Ser o la esencia inmutable. Platón debió de conocer de alguna manera el Antiguo Testamento, piensa Agustín.

Alma designa el principio animador del cuerpo, los animales tienen alma. El pensamiento (mens) es la parte superior del alma racional o humana y se compone de ratio e intellectus. Por el intellectus el pensamiento recibe la verdad que la luz divina le descubre al hombre. En el alma además de memoria, percepción y apetito existe el espíritu, la inteligencia y la voluntad.

La razón superior o intellectus es la facultad suprema de conocimiento del hombre, le proporciona la sabiduría o conocimiento filosófico, considera a las ideas eternas e inmutables en sí mismas, las descubre en el alma pero proceden de Dios. No provienen de las cosas que son mudables. Igual que en Platón la Idea de Bien es como el sol que hace visibles las cosas, Dios es la fuente de verdad y bondad.

Las ideas eternas son formas principales o razones permanentes de las cosas, no han sido formadas, son eternas e inmutables, se hallan en la Inteligencia divina. Entre ellas se encuentran ideas de carácter lógico y metafísico (verdad, falsedad, semejanza, unidad, etc); ideas de carácter matemático y de orden ético y estético (bondad, belleza, etc).

La razón inferior o ratio ocupa un lugar intermedio entre la sensación y el intellectus, sirve a las necesidades prácticas de la vida, juzga sobre el conocimiento sensorial, sobre lo sensible y temporal, por ejemplo "este árbol tiene buena madera". La ratio utiliza las ideas eternas para hacer juicios con los que hace ciencia.

Los objetos impresionan nuestro cuerpo al actuar sobre los sentidos. La estimulación de los sentidos es sólo una ocasión para que el alma tenga una sensación, las sensaciones son acciones del alma, no pasiones que sufre. El alma utiliza los órganos de los sentidos como instrumentos suyos. Lo material no actúa sobre el alma, sobre lo espiritual. La sensación es el primer grado de luz del espíritu, pero sólo produce opinión y ata a lo sensible e imperfecto. Los sentidos captan la multiplicidad pero no la unidad.

Agustín da primacía al amor y a la voluntad junto al conocimiento, lo que le permite unir elementos neoplatónicos y cristianos. El amor culmina el movimiento del alma iniciado en el conocimiento. El amor es una fuerza ascendente que lleva al alma a su lugar natural, Dios. La felicidad únicamente se halla en Dios. Conocer es amar y amar es conocer, pues son dos modos de nombrar al hombre total o entero.

El error no es sólo un fallo de la mente, una mera cuestión de lógica, el error es también amor a lo inferior y olvido de lo espiritual. La razón es alterada por el poder de la voluntad. El error, lo mismo que el mal, es la negación del amor. El engaño más difícil de vencer no es el de los sentidos, sino el del intelecto, el orgullo filosófico hace que la razón se crea autosuficiente. La fuente de todo error está en el pecado original, en la condición pecadora del hombre. Las causas principales de error son el orgullo intelectual, la concupiscencia y el egoísmo, siendo el primero el más difícil de erradicar. Lo único que puede salvar a la razón es que reconozca sus limitaciones, pues sólo la gracia de Dios puede liberarnos del error.

Consecuentemente no existe una distinción clara entre razón y fe. La fe es la guía más segura. La fe no está en conflicto con la razón, no es irracional, el hombre debe buscar la "inteligencia" de la fe, "cree para comprender". Sólo hay una verdad que se alcanza plenamente con la fe. El conocimiento se fundamenta de arriba a abajo, del mismo modo que la filosofía platónica, siendo Dios el fundamento de toda verdad. La filosofía es búsqueda de la sabiduría que nos permite alcanzar la felicidad. Pero las verdades que se alcanzan sin la ayuda de la fe no llegan a satisfacer al hombre, pues no constituyen la verdad total a la que aspira. Cuando la razón es iluminada por la fe, se alcanza la verdadera sabiduría que es la religión cristiana.

Aunque los filósofos paganos trataron de ascender desde la creación visible hasta la realidad invisible de Dios, desembocaron en la idolatría, que adora ídolos materiales. El motivo de este error consiste en que filosofan sin tener a Cristo como mediador.
«Así pues, nuestra ciencia es Cristo; nuestra sabiduría es igualmente el mismo Cristo. Él nos implanta la fe respecto a las cosas temporales; él nos ofrece la verdad sobre las eternas. Por él avanzamos hacia él; por medio de la ciencia tendemos a la sabiduría; pero sin apartarnos del único y mismo Cristo, "en quien se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2, 3)»

La razón en solitario desemboca en el absurdo y en el escepticismo. La soberbia intelectual lleva a la impotencia y al perplejidad. La razón tropieza inevitablemente con sus límites. La filosofía es una actividad que sólo haya su cumplimiento en la fe. La fe libera a la razón de su soberbia, entonces la razón se abandona a la gracia y se entrega al amor, que es el acto del hombre en plenitud.

Los argumentos escépticos sólo son válidos para los que fundan la verdad en el conocimiento sensible. Para S.Agustín la verdad pertenece al ámbito inteligible y supone una purificación de la mente y de la voluntad, para eliminar el apego al mundo y al cuerpo. Está concepción se encuentra también en el platonismo.


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